Un terremoto de 7,3 grados fue suficiente para dejarnos en evidencia la pobreza extrema y la nula capacidad de autogobernarse que posee este alicaído país. Con una cifra de muertos que hasta ahora es difícil poder cuantificar, lo cierto es que Haití aún tendrá que seguir lidiando con un problema que se ha manifestado con un carácter dual.
Una cara de la crisis -y la que por cierto, es de mayor urgencia solucionar- es el terremoto que devastó al país centroamericano, pero la deuda pendiente con Haití, es solucionar un problema mucho más de fondo, que es fortalecer la institucionalidad y crear un Estado funcional capaz de reaccionar frente a estos eventos. Ninguna de estas dos últimas características ha sido solucionada por la comunidad internacional.
Haití, un país que ha conocido de cerca las dictaduras militares, recién abandonó en 1986 una forma de gobierno cuasi-dinástica, después de que François y Jean-Claude Duvalier -padre e hijo, respectivamente- mantuvieran una lógica de gobierno autoritario, despúes de haber gobernado entre ellos dos, 35 años al país.
Desde 1986, Haití ha tenido una serie de gobiernos "colegiados", con una duración promedio de dos a tres años, siendo recién el año 2006, la primera celebración "transparente" y "legitimada" de elecciones presidenciales que dieron como ganador a René Preval, el actual mandatario haitiano, quien recibió el poder de su predecesor, Boniface Alexandre; el Presidente temporal de la nación que recibió esta responsabilidad después del exilio a Sudáfrica de Jean-Bertrand Arístide, mandatario de Haití entre 2001 y 2004, que recibió acusaciones de haber financiado y armado a grupos paramilitares "chímeres", los cuales cometieron una serie de asesinatos y saqueos en las principales ciudades haitianas.
Una cara de la crisis -y la que por cierto, es de mayor urgencia solucionar- es el terremoto que devastó al país centroamericano, pero la deuda pendiente con Haití, es solucionar un problema mucho más de fondo, que es fortalecer la institucionalidad y crear un Estado funcional capaz de reaccionar frente a estos eventos. Ninguna de estas dos últimas características ha sido solucionada por la comunidad internacional.
Haití, un país que ha conocido de cerca las dictaduras militares, recién abandonó en 1986 una forma de gobierno cuasi-dinástica, después de que François y Jean-Claude Duvalier -padre e hijo, respectivamente- mantuvieran una lógica de gobierno autoritario, despúes de haber gobernado entre ellos dos, 35 años al país.
Desde 1986, Haití ha tenido una serie de gobiernos "colegiados", con una duración promedio de dos a tres años, siendo recién el año 2006, la primera celebración "transparente" y "legitimada" de elecciones presidenciales que dieron como ganador a René Preval, el actual mandatario haitiano, quien recibió el poder de su predecesor, Boniface Alexandre; el Presidente temporal de la nación que recibió esta responsabilidad después del exilio a Sudáfrica de Jean-Bertrand Arístide, mandatario de Haití entre 2001 y 2004, que recibió acusaciones de haber financiado y armado a grupos paramilitares "chímeres", los cuales cometieron una serie de asesinatos y saqueos en las principales ciudades haitianas.
En suma, Haití ha sido victima de la corrupción, saqueos y una fuerte presencia de ex-militares que operaban en Gonaïves, Cap-Haitien y otros departamentos al norte del país.
En aras de solucionar este estado de ingobernabilidad, la intervención de Naciones Unidas en Haití -que comenzó en 2004 con la MIFH (Multinational Interim Force in Haiti, compuesta por Canadá, Chile, Francia y Estados Unidos)- ha permitido un modesto control en el nivel de la seguridad en la nación. Esta primera intervención ha logrado estabilizar la actividad de una buena parte de las bandas armadas que realizaban saqueos nocturnos, infundando temor en la población local.
Dos meses después de que la MIFH entra en ejecución, es relevada por la MINUSTAH (Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití), que tiene la característica fundamental de tener una alta presencia de fuerzas militares regionales. En este sentido, se integran países como Argentina, Brasil, Uruguay, Perú y Guatemala, mientras también se suman países de fuera de la región como España, Marruecos, Sri Lanka y Nepal, entre otros. En el caso de Chile, desde la MIFH ha tenido un papel protagónico en esta materia y actualmente tiene como área de responsabilidad, la seguridad en Cap-Haitien (una región al norte del país) más otras responsabilidades secundarias como velar por la seguridad de los principales centros aeroportuarios de la capital, Puerto Príncipe.
Desde estas fases a la actualidad, indudablemente se ha mejorado principalmente el ámbito de la seguridad, pero quedan pendientes los aportes que deben realizar los países donantes en aras de reconstruir el país.
Las intervenciones humanitarias de Naciones Unidas en territorios de conflicto, están caracterizados principalmente por dos componentes; uno militar y uno político. El componente militar ha cumplido medianamente su rol de mejorar los estándares de seguridad, pero la salida al problema de Haití, es político. La voluntad política internacional para reconstruir la institucionalidad en el país no pasa por una mera intervención militar. Haití necesita más recursos, necesita una mejor logística y necesita más personal que capacite a sus funcionarios y que dicho sea de paso, la salida a todos estos problemas, es finalmente política.
No tiene sentido destinar recursos para mitigar los efectos del terremoto, cuando los países previamente a este fenómeno, se olvidaban de la existencia de Haití. ¿Cuántos terremotos más tendrán que manifestarse para que la comunidad internacional de una solución concreta a los problemas de los haitianos?
Es irónico pensar que en Centroamérica durante casi seis meses, el tema de debate era el conflicto Zelaya-Micheletti y se descuidó por completo a Haití, pero ahora que Honduras ya no es tema de convergencia internacional, nos concentramos en la crisis humanitaria que vive el pueblo haitiano después del terremoto.
Por ahora, los recursos y el personal parecen llegar a Haití -sin mucha coordinación, por cierto- pero cuando se solucione el problema del terremoto, ¿Qué será de este país? ¿Se tendrá finalmente voluntad política para ayudar en la reconstrucción del país centroamericano o las delegaciones volverán a sus respectivos países después de haber llevado lo necesario para mitigar los efectos del terremoto?
Es irónico pensar que el terremoto quizás fue un "mal necesario" para Haití. Quizás esta era la única forma de abrir los ojos de la comunidad internacional para realmente tomarle el pulso a la situación. Esperemos no sólo por el bien de Haití, sino que por el bien de la convivencia mundial, que se logre una pronta recuperación para este sufrido pueblo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario