El envío de 30.000 nuevos soldados que el Presidente estadounidense Barack Obama decidió sortear para reforzar las labores que el ejército norteamericano se encuentra realizando en Afganistán, no fueron casuales. La última gran ofensiva de la OTAN, conocida como la "Operación Moshtarak" con más de 15.000 efectivos de una fuerza multinacional que busca tomar el control de la zona sur de Afganistán -específicamente la provincia de Helmand, identificada como el principal bastión de los talibanes- ha sido la gran articulación estratégico/militar de las autoridades tanto de Washington, como de la OTAN.
Recordemos que Afganistán ha pasado a ser el centro de una gran intervención internacional tras la derrota de Saddam Hussein en Irak, lo que ha llevado a un "control aceptable" de la actividad insurgente de las milicias sunitas y otras afines que Al Qaeda tenía operando en ese país. Pero desde entonces y específicamente desde el año 2006, la OTAN ha liderado en Afganistán -con apoyo estadounidense- la mayor campaña militar en Medio Oriente, tratando de derrotar en este campo a una organización de fundamentalistas islámicos, conocidos como "El Talibán", una organización que ha sido acusada -por los servicios de inteligencia estadounidenses- de proporcionarle apoyo logístico y moral a Al Qaeda y que más aún, ha sido investigada por haberle brindado escondite a Osama Bin Laden, después de los atentados del 11/9.
Para ello, Washington desde el año 2001 ha seguido una lógica militar ofensiva en torno al país, con el fin de acorralar y derrotar militarmente a los talibanes. Lamentablemente para las pretensiones de Estados Unidos, este objetivo aún no ha sido cumplido en base a la lógica que ha adquirido la dinámica del conflicto. Los talibanes teniendo clara su inferioridad militar, deciden contraatacar en base a la lógica de la guerra asimétrica, una guerra que históricamente Estados Unidos conoce bastante bien en Vietnam y que pese al despliegue militar en Irak, aún no tiene asegurado el control total de la insurgencia, siendo sus soldados, objeto de constantes atentados con coches bomba.
En ese sentido, la guerra en Afganistán ha adquirido la misma lógica. Sólo en un par de meses Barack Obama se ha visto enfrentado a una serie de cuestionamientos internacionales sobre si realmente es posible ganar la guerra contra los talibanes. Recordemos que el atentado efectuado hace tan solo un mes en una misma base militar estadounidense en Jost -una región al Este de Afganistán- nos dejó de manifiesto cuán vulnerables son las fuerzas militares estadounidenses ante guerras de este tipo, resultando muertos en el atentado, siete agentes de la CIA.
La nueva apuesta de la OTAN por recuperar el control del sur de Afganistán es una decisión que refleja voluntad política por terminar con la influencia de los talibanes en la región, pero al mismo tiempo refleja una nula capacidad analítica de las guerras asimétricas. Las guerras contra grupos subversivos no se solucionan con invasiones masivas, porque esto tan solo les da la posibilidad de contraatacar con más facilidad al haber una agrupación masiva de efectivos militares que están incapacitados de identificar a su enemigo. Las guerras actuales -y específicamente las que se libran contra guerrillas- se solucionan con ataques quirúrgicos a objetivos claramente indentificados. Precisamente esto fue lo que terminó la guerra que se vivió en Sri Lanka entre el ejército local y los Tigres de Liberación del Eelam Tamil (LTTE por sus siglas en inglés). La suma de ataques quirúrgicos terminó por acorralar incluso al fundador de este grupo, lo que terminó por confundir a sus mandos y finalmente, así se logró derrotar definitivamente en lo militar a este grupo subversivo.
Si Washington y la OTAN apuestan por la superioridad militar, están cayendo en un error fatal, porque olvidan que están luchando contra un "enemigo invisible". Claramente fue lo que vieron en el atentado en Nuristán (donde murieron nueve soldados estadounidenses y dos afganos con un coche bomba), lo vieron en Jost (donde murieron siete agentes de la CIA a manos de un doble agente que parecía trabajar para esta entidad, pero que en definitiva era un jordano afín a Al Qaeda) y en fin, los atentados se seguirán viendo, las bajas se seguirán sumando mientras Estados Unidos y la OTAN no replanteen una nueva forma de organizar sus fuerzas y sus ataques contra los talibanes.
Es por ello, que se insiste en lo que se ha estado advirtiendo: Los medios militares convencionales no sirven en las guerras de "cuarta generación" o "guerras asimétricas". Mientras antes las autoridades de la OTAN se replanteen esto, mejor para ellos mismos, porque evitarán bajas para sus mismos efectivos.
Lo que realmente debe existir para una victoria en Afganistán, es coordinar de mejor forma la acción entre los servicios de inteligencia y las Fuerzas Armadas. Algo en lo que Estados Unidos principalmente ha sido débil y por lo visto no ha aprendido -o quizás no ha querido aprender- de las lecciones pasadas.
Recordemos que Afganistán ha pasado a ser el centro de una gran intervención internacional tras la derrota de Saddam Hussein en Irak, lo que ha llevado a un "control aceptable" de la actividad insurgente de las milicias sunitas y otras afines que Al Qaeda tenía operando en ese país. Pero desde entonces y específicamente desde el año 2006, la OTAN ha liderado en Afganistán -con apoyo estadounidense- la mayor campaña militar en Medio Oriente, tratando de derrotar en este campo a una organización de fundamentalistas islámicos, conocidos como "El Talibán", una organización que ha sido acusada -por los servicios de inteligencia estadounidenses- de proporcionarle apoyo logístico y moral a Al Qaeda y que más aún, ha sido investigada por haberle brindado escondite a Osama Bin Laden, después de los atentados del 11/9.
Para ello, Washington desde el año 2001 ha seguido una lógica militar ofensiva en torno al país, con el fin de acorralar y derrotar militarmente a los talibanes. Lamentablemente para las pretensiones de Estados Unidos, este objetivo aún no ha sido cumplido en base a la lógica que ha adquirido la dinámica del conflicto. Los talibanes teniendo clara su inferioridad militar, deciden contraatacar en base a la lógica de la guerra asimétrica, una guerra que históricamente Estados Unidos conoce bastante bien en Vietnam y que pese al despliegue militar en Irak, aún no tiene asegurado el control total de la insurgencia, siendo sus soldados, objeto de constantes atentados con coches bomba.
En ese sentido, la guerra en Afganistán ha adquirido la misma lógica. Sólo en un par de meses Barack Obama se ha visto enfrentado a una serie de cuestionamientos internacionales sobre si realmente es posible ganar la guerra contra los talibanes. Recordemos que el atentado efectuado hace tan solo un mes en una misma base militar estadounidense en Jost -una región al Este de Afganistán- nos dejó de manifiesto cuán vulnerables son las fuerzas militares estadounidenses ante guerras de este tipo, resultando muertos en el atentado, siete agentes de la CIA.
La nueva apuesta de la OTAN por recuperar el control del sur de Afganistán es una decisión que refleja voluntad política por terminar con la influencia de los talibanes en la región, pero al mismo tiempo refleja una nula capacidad analítica de las guerras asimétricas. Las guerras contra grupos subversivos no se solucionan con invasiones masivas, porque esto tan solo les da la posibilidad de contraatacar con más facilidad al haber una agrupación masiva de efectivos militares que están incapacitados de identificar a su enemigo. Las guerras actuales -y específicamente las que se libran contra guerrillas- se solucionan con ataques quirúrgicos a objetivos claramente indentificados. Precisamente esto fue lo que terminó la guerra que se vivió en Sri Lanka entre el ejército local y los Tigres de Liberación del Eelam Tamil (LTTE por sus siglas en inglés). La suma de ataques quirúrgicos terminó por acorralar incluso al fundador de este grupo, lo que terminó por confundir a sus mandos y finalmente, así se logró derrotar definitivamente en lo militar a este grupo subversivo.
Si Washington y la OTAN apuestan por la superioridad militar, están cayendo en un error fatal, porque olvidan que están luchando contra un "enemigo invisible". Claramente fue lo que vieron en el atentado en Nuristán (donde murieron nueve soldados estadounidenses y dos afganos con un coche bomba), lo vieron en Jost (donde murieron siete agentes de la CIA a manos de un doble agente que parecía trabajar para esta entidad, pero que en definitiva era un jordano afín a Al Qaeda) y en fin, los atentados se seguirán viendo, las bajas se seguirán sumando mientras Estados Unidos y la OTAN no replanteen una nueva forma de organizar sus fuerzas y sus ataques contra los talibanes.
Es por ello, que se insiste en lo que se ha estado advirtiendo: Los medios militares convencionales no sirven en las guerras de "cuarta generación" o "guerras asimétricas". Mientras antes las autoridades de la OTAN se replanteen esto, mejor para ellos mismos, porque evitarán bajas para sus mismos efectivos.
Lo que realmente debe existir para una victoria en Afganistán, es coordinar de mejor forma la acción entre los servicios de inteligencia y las Fuerzas Armadas. Algo en lo que Estados Unidos principalmente ha sido débil y por lo visto no ha aprendido -o quizás no ha querido aprender- de las lecciones pasadas.
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