A los dos meses desde que comenzaron las revueltas en Túnez -y que terminaron con la salida del Presidente Ben Ali- Siria ya había comenzado a seguir el "efecto dominó" que para muchos analistas se presentó dentro del mundo árabe. Las demandas básicamente eran las mismas que ya había experimentado el país magrebí junto con Egipto: mayores libertades ciudadanas, fin a la corrupción del aparato estatal y la caída del régimen gobernante.
La respuesta del Presidente sirio, Bashar Al Assad fue algo que para muchos ya era conocido y que dentro del mundo árabe resulta ser algo "útil" ante momentos de efervescencia social. La fuerza pública respondió con contundencia ante las primeras manifestaciones que en ese momento se centraron contra unos jóvenes que habían rayado en un colegio de la localidad el eslogan: "La gente quiere la caída del régimen". A los días, la causa ya había ganado más adeptos los que ahora pedían la libertad de dichos jóvenes que habían sido apresados por las fuerzas del régimen. Los manifestantes coreaban al unísono "Dios, Siria, Libertad" y este hecho fue uno de los primeros registros donde ya las fuerzas del régimen de Assad respondieron abriendo fuego contra los protestantes, incidente que terminó con heridos y víctimas fatales. Desde aquél entonces, se supo que la situación iba a empeorar.
El régimen de la dinastía Assad está presente en Siria desde 1971. Al igual como se ha manifestado en varios otros países del mundo árabe, el hermetismo político, la proscripción y persecución de los opositores y la continua corrupción a nivel interno, sumando por supuesto el factor étnico-religioso, fue generando una verdadera olla a presión y que -en el caso de Siria- encontrará dentro de poco tiempo su ebullición. Para algunos ya se está en ese proceso, pero acá creemos que lo peor no se ha manifestado aún.
Las respuestas que ha dado la comunidad internacional han sido bastante modestas. Al revisar la prensa, para algunos queda la sensación de que a casi a un año de cumplirse el proceso de agitación social en este país, la preocupación de las Naciones Unidas por la situación siria comienza a sentirse. Lo anterior es comprensible -aunque no justificable- si tomamos en cuenta que los medios económicos y militares de Occidente estaban centrados en "desgastar" la crisis política y social de Libia, una situación que -como ya sabemos- culminó con la muerte de Muammar Gadhaffi.
Según datos de la ONU, se estima que el conflicto vivido en Siria ha dejado más de 6.000 muertos desde que comenzaron las revueltas en marzo del 2011, pero este dato podría quedarse corto al no poder realizar estudios más profundos debido al difícil acceso con el que se cuenta en los frentes de batalla. Entender este conflicto resulta mucho más fácil de asimilar si se toma en cuenta desde el punto de vista del derrocamiento del régimen, pero como se ha dado prácticamente sin excepción, las revueltas del mundo árabe traen aparejadas un factor étnico-religioso que se presenta con fuerza. Siria no es la excepción, ya que el régimen de Assad y su círculo más cercano pertenece a la religión alauí, una rama del chiísmo que representa al 12% de la población, mientras que los sunnitas representan a cerca del 74%. Como bien se sabrá, se han dado ocasiones donde en el mundo árabe no gobierna la mayoría étnico-religiosa, Irak durante el régimen de Hussein es un ejemplo fehaciente de ello.
El balance de poder religioso entre chiítas y sunnitas sigue siendo clave dentro del mundo árabe y como Siria no pertenece a la mayoría sunnita, le da una posición estratégica. En cierta medida, esta condición le da al régimen de Bashar de Al Assad ser considerado como un aliado de Irán, pese a que en su momento Ahmadineyad ha reprobado sus métodos de respuesta. Juntos representan una amenaza para las monarquías árabes sunnitas de consolidar su posición en la región. Ante este escenario, el Presidente iraní ha ayudado con asesores y armas junto con demandar una mayor voluntad de parte de Nuri Al Maliki -el Primer Ministro chiíta de Irak- para abrir un corredor con el fin de otorgar más ayuda material a Siria.
El conflicto es bastante más complejo de lo que parece. Sería un error limitarlo sólo al punto de vista de una caída de régimen, pero si cayera el régimen de Bashar Al Assad, no sería una sorpresa que la religión alauí dejaría de ser la imperante en Damasco. Lo que observaríamos es que ante este escenario, Irán iría quedando cada vez más solo como un país antagónico al sunnismo musulmán, pero este mismo hecho ¿fortalecería o debilitaría su posición estratégica?
Ya habíamos visto en su momento que derrocar al sunnismo de Hussein en Irak fortaleció la emergencia de Irán en la región (al no dejarle un rival que se comportara como "freno étnico-religioso"). Si tomamos en cuenta lo anterior, todo podría indicar que Irán se iría quedando con pocos aliados y un menor margen de maniobra que podría generarle nuevos roces con Occidente por un lado y con Israel, por el otro. A los pocos meses de que cayera el régimen de Al Assad cabría preguntarse cómo evolucionaría la relación entre Teherán y Tel Aviv, para muchos una relación que más temprano que tarde terminará en una guerra abierta.
Y respecto a Siria, las sanciones de las Naciones Unidas -para algunos- tendrían que dejarse caer en forma efectiva dentro de las próximas semanas. Ya habíamos visto en reuniones anteriores que Rusia y China han sido los dos grandes frenos a la ejecución de nuevas sanciones contra Damasco. Rusia porque como lo había señalado "no quiere repetir una nueva Libia", pero también es cierto que hay otros intereses en cuestión. Siria es un cliente en los sistemas de armas rusos, donde además, un colapso brusco de Al Assad dejaría a Moscú sin el control de su base naval en la ciudad siria de Tarfús. Evidentemente esto traería consecuencias en la influencia que Rusia posee no sólo en este país, sino que también en la región. Por su parte, China -un fiel comprador de petróleo en Siria- ve con preocupación que la salida de Al Assad podría dejarla sin uno de sus principales abastecedores de crudo.
Lo cierto, es que la caída de Al Assad es inminente. Información sin confirmar que ha sido difundida en medios británicos señalaba que la familia de Al Assad habría huído a Reino Unido y que esto ha fomentado la incertidumbre sobre la posición del Presidente sirio. Por ahora, el ejército nacional lo apoya férreamente y su hermano, Maher Al Assad es una pieza clave en esto, ya que este último es el líder de la Cuarta Brigada Acorazada, para muchos el destacamento militar más fiel a la familia Assad.
La pregunta que nos queda no es si Al Assad será derrocado en Siria, sino que cuánto demorarán en ceder Rusia y China ante las presiones de Occidente. Las respuestas a las preguntas que nos habíamos planteado anteriormente -respecto al balance de poder en Medio Oriente- podríamos tenerlas una vez que la dinastía Assad deje el poder en el país musulmán y cómo se reordenará este verdadero rompecabezas étnico y religioso en el mundo árabe. Mientras tanto, por ahora todo parece indicar que en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU, existirá durante un tiempo una reticencia por parte de Pekín y Moscú a la existencia de nuevas sanciones contra Damasco, pero lo cierto, es que ya no se podrá detener el proceso que se abrió en marzo del 2011. Irán y muchos otros actores claves en la región, verán con preocupación la evolución de los acontecimientos.
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